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  1. Conmovedor este Krunk, encarnado en voz tan bella. Nada en Komitas es banal, parece como si el canto se hubiera personificado en él hasta formar parte de su ser como un todo indisociable. De ahí que deshilachada el alma enmudeciera para siempre. Su voz arde en estas piezas que hablan a los adentros al modo de cuanto en la naturaleza se da inicialmente. Con la grandeza de los fenómenos cósmicos y la luminosidad o la oscuridad que les es propia. Cuentan que en su insania sentía las uñas de un felino desgarrarle las entrañas. ¿Cómo hubiera podido ser de otro modo, si le desbarataron el manadero desde donde brotaba su sentir? A veces, en su delirio murmuraba: « canto bajito, para mí solo ». Entonaba a penas para acunarse en su pesar. ¡Cuán poco sabemos del delirio!, o al menos, cuán poco estamos preparados para entenderlo. Nada nos predispone. Lenguaje aún más trabado que la poesía más hermética. Asusta a cuantos le avecinan por su fuerza abismal. En sus balbuceos, Komitas se decía « iniciado a los misterios de la naturaleza y de la vida ». O clamaba: «¡No existe la muerte! ». Palabras de loco o sentencias de sabio, atento a la cicatriz que no dejaba de supurarle. Tramado en ella, su canto palpitaba a modo del silencio que se acrece en el monte, hasta sentirlo en nuestros poros. ¿Tenía cuerpo acaso?… Buena sentencia a la que nos invita Zambrano: «Hay que dormirse arriba en la luz ».

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